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Butterfly Wings
Season 1 Episode 1 | 1h 13m 8sVideo has Closed Captions
When Don Rafael presents his latest collection, his son returns from his studies abroad.
When Don Rafael presents his latest collection, his son returns home from his studies abroad. Alberto doubts his father’s business strategies and refuses to abandon his love for Ana--a seamstress at the emporium.
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Butterfly Wings
Season 1 Episode 1 | 1h 13m 8sVideo has Closed Captions
When Don Rafael presents his latest collection, his son returns home from his studies abroad. Alberto doubts his father’s business strategies and refuses to abandon his love for Ana--a seamstress at the emporium.
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Learn Moreabout PBS online sponsorship[♪ Alba Llibre: "Falling in Love"] -El mundo de la alta costura está de enhorabuena.
Dentro de una hora comienza el desfile inaugural de temporada que, como cada año, celebran las conocidas Galerías Velvet y al que acudirán algunos de los más importantes personalidades del país.
Los mejores diseñadores del momento como Pertegaz, Balenciaga o Yves Saint Laurent, firman modelos en exclusiva para Velvet.
Situadas en el mismo corazón de la capital, las Galerías Velvet demuestran un año más porque son sinónimo de calidad, lujo y elegancia.
-Para el Diario Ya.
¿Cómo se encuentra?
-Feliz, feliz e ilusionado.
Muchas gracias.
-Ha regresado su hijo después de mucho tiempo fuera.
¿Son ciertos los rumores de que va a dejar el negocio en sus manos?
-Si creen que alguien va a retirar a mi padre, es que no le conocen.
-Una última pregunta, por favor.
¿Qué espera con este desfile?
-¡Rafael, Rafael!
-¡Don Rafael!
-Hacer felices a nuestras clientas, lo que hemos conseguido siempre.
Y ahora, si nos disculpan... [♪ música suave] -Tengo dos chicas fuera, si vas a sumarte puedo conseguir otras dos.
-¿Cómo estás, Mateo?
-Feliz de que estés aquí.
-¡Alberto!
-Un segundo.
-Luego nos vemos.
-¿Estás preparado?
Esta noche quiero que seas tú el que haga la presentación del desfile.
[suspiro] -¿Podemos hablar un momento, padre, por favor?
-¿Qué sucede?
-Aquí no.
[♪ música suave] [campanilla] [♪ música suave] [campanilla] [conversaciones indistintas] [campanilla] -Parece que las cosas no van bien con papá.
-Ya temía que tu padre te hubiese secuestrado toda la noche.
-Hola, Cristina.
¿Cómo estás?
-Estas fiestas son un auténtico aburrimiento, menos mal que ya te tengo a ti aquí para hacerme compañía.
-Tampoco te creas que yo soy más divertido.
-Bueno, eso déjame decidirlo a mí.
Además, si nos aburrimos podemos buscar algún otro tipo de entretenimiento.
¿Por qué no nos vamos a un sitio más tranquilo?
-El desfile está a punto de empezar.
-No se lo digas a tu padre.
Pero no he venido por los vestidos.
[♪ música suave] -¿A qué piso van?
-Al tercero.
-Al tocador.
-Sí, al tocador, al cuarto.
Debe de ser la única mujer en esta fiesta que no sabe en qué planta está el tocador.
¿No conoce nuestras galerías?
Pero lleva uno de los vestíos más emblemáticos de nuestra colección.
¿Me equivoco, señorita?
Ah, vale, vale, que no va a contestar a mis preguntas.
Pues tendré que adivinarlas.
Por el acento es española.
Tampoco tiene ninguna alianza, o sea que no hay ningún marido que le esté esperando en la fiesta.
Y no lleva joyas, eso dice mucho de usted.
Es una mujer sencilla.
¿Estoy acertando?
Estoy acertando.
-Es usted muy observador.
-Sí, sí.
Mira, una cosa que tenemos en común.
Porque confesará que a usted le gusta observar tanto como a mí.
-En eso tiene razón.
-Entonces reconocerá que me estaba mirando.
-No le miraba a usted, miraba a la fiesta.
Por cierto, felicite a su padre por ella.
Y aunque no lo crea, no todo gira a su alrededor.
[♪ música suave] -¡Qué guapa!
¿Qué estás haciendo?
-Mejor no pregunte, Rita.
-¿Te vas?
-Sí.
Dale esto a mi tío, por favor.
Te quiero.
-Yo también, nena.
-Cuídate mucho.
[♪ música suave] -¿Te ha seguido a alguien?
-No.
-¿Estás segura?
-Sí.
Arranca.
[♪ música suave] -¿Tú confías en mí, sí o no?
-Sí.
-Te prometo que todo va a salir bien.
Ya lo verás.
[neumáticos chirrían] [estruendo] [♪ música suave] -Habiéndose dignado el omnipotente Dios sacar de este mundo a nuestra hermana Carmen, ahora difunta, nosotros encomendamos su cuerpo a la tierra.
Tierra a la tierra, ceniza a la ceniza, polvo al polvo.
Con la confianza segura de la resurrección de la vida eterna mediante nuestro Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo para que sea semejante a su glorioso cuerpo.
[♪ música suave] Ya es la hora, Ana.
-Prefiero quedarme aquí, padre Andrés.
No quiero ir a la capital.
-Hay veces en la vida en que uno no puede elegir.
Es el hermano de tu madre, tu única familia.
Y es un buen hombre, ya verás.
Además has tenido suerte, en la vida le ha ido mucho mejor que a todos nosotros, tiene un buen trabajo, es el dueño de unas grandes galerías de moda, ¿lo sabías?
Cuidará bien de ti, ya lo verás.
[♪ música suave] [claxon] [bullicio] [♪ música suave] [conversaciones indistintas] [♪ música suave] -Te pareces a tu madre.
-Gracias.
-¿Han parado en Astorga?
Buenas mantecadas.
[♪ música suave] Estas son las galerías, ¿eh?
No, no, no, no, por aquí no, por aquí.
[♪ música suave] Vamos, no distraigas a las chicas.
A doña Blanca no le gusta.
Vamos.
Ven.
Pasa.
Puedes guardar tu ropa en el armario, yo apenas lo uso.
-El padre Andrés dijo que era usted el dueño de estas galerías.
-Ve deshaciendo la maleta.
No, no, no, ahí no, en el colchón.
[♪ música suave] -¡Aparta tus manos mugrientas de ese vestido!
Pero ¿sabes cuánto vale esa tela, seda traída de Londres?
Ni toda tu vida podrías reunir el dinero para pagar un metro.
¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí, eh?
-Pensaba que no había nadie.
-Ya, e ibas a robar, ¿no?
-No.
-Oye, encima, no se te ocurra hablarme con esa prepotencia.
-¿Algún problema, doña Blanca?
-Ella es el problema, la he encontrado en mi taller.
Voy a llamar a la policía.
-No hace falta, es mi sobrina.
-¿Su sobrina?
¿Y qué hace aquí?
¿Cree que puede meter aquí a una chiquilla como si esta fuera su casa?
-Sus padres han fallecido, no tiene otro sitio donde ir.
-Pues aquí tampoco.
Búsquese la vida, como hemos hecho el resto.
-Si no me equivoco, su hija sí tiene una abuela con la que quedarse.
-Las normas son las normas, y están para cumplirlas.
-¿Puedo hablar con don Rafael?
-Está ocupado, si quiere esperarle... -Gracias.
Siéntate.
-¿A quién vamos a ver?
-A don Rafael, el dueño de los almacenes.
-Le juró que yo no iba a robar nada.
-No debiste entrar allí sin permiso, ni allí ni en ningún otro sitio.
[balbuceos] -Buenos días.
[♪ música suave] ¡Alberto!
-¿Quién es?
-El señorito Alberto, el hijo de don Rafael.
-Don Emilio, cuando quiera puede pasar.
-Gracias.
Vamos.
-No podemos permitir que los almacenes Oxford consigan ese acuerdo.
¡Adelante!
Si tengo que decirle lo que tiene que hacer para evitarlo, ¿entonces para qué le pago?
-Con su permiso, don Rafael.
-Pase, Emilio.
Por el amor de Dios, no se disculpe.
¿Quién es esa jovencita?
-Es mi sobrina, es la hija de mi única hermana.
Está aquí porque su madre ha fallecido esta semana.
-Vaya, cuanto lo siento.
Si necesita algo, cualquier cosa, si está dentro de mis posibilidades, estaré encantado de ayudarle.
-De eso precisamente quería hablarle, don Rafael.
Mirad, la niña no tiene más familia que yo y había pensado si puede quedarse a vivir conmigo.
-¿Aquí, en las galerías?
Emilio, esto es un negocio, tenemos unas normas y si las tenemos es por un motivo.
Si le permito a usted, que además es el jefe de dependientes que se quede con ella aquí, ¿con qué derecho puede decir a otros empleados que no pueden traer a sus hijos, sobrinos o hermanos?
-¿Y qué hago con ella?
¿La dejo en la calle o en un orfanato?
-Me gustaría poder ayudarle, pero no puedo, lo siento.
-Mande.
[timbre de teléfono] Espérame, siéntate aquí.
Quieta ahí.
-¿No hemos terminado la conversación?
-No, yo no.
Sabe que respeto a su familia y sabe que le respeto a usted.
Hemos pasado muchas cosas juntos, unas buenas, otras no tanto.
Pero siempre les he sido leal.
-Y por eso tiene usted mi consideración, Emilio.
-Y espero tener también su ayuda.
Nunca le he pedido nada.
-Así que eso es lo que cuesta su fidelidad y su silencio.
[♪ música suave] -¿Qué hacen?
-Están preparándolo todo para el desfile de presentación de temporada de esta noche, es el primer año que lo hacen y están histéricos.
-¿Cómo te llamas?
-Ana.
-Yo soy... -Alberto, el hijo de don Rafael.
-¡Alberto!
¡Alberto!
¿Dónde estás?
-Tu madre.
-No es mi madre.
Es mi madrastra.
Mi madre está muerta.
-La mía también.
-Ese vestido me encanta.
-¿Lo has cosido tú?
-El dobladillo.
Solo me dejan coser los dobladillos.
Pero mi tío dice que si me esfuerzo mucho un día voy a ser cortadora.
Y a lo mejor hasta trabajé con un diseñador.
-¿Con quién?
-No sé, con uno que sea famoso entonces.
Uno como Phillipe Ray.
-¿Quién es Phillipe Ray?
-Nadie, pero a que suena bien.
Es un buen hombre.
Francés.
Todos los buenos modistos son franceses.
Trabajan en París... -Así vamos a tener que irnos a vivir a París.
-Eso parece.
¿Tú sabes hablar en francés?
-Lo que me enseñan en el instituto.
-Pues yo no voy a ir al instituto, así que vas a tener que enseñarme tú.
[♪ música suave] [aplausos] Tengo que volver al taller a ayudar a las chicas.
[♪ música suave] -¡Rápido!
¿Cuántas veces tengo que repetirte las cosas?
[♪ música suave] -Vamos.
-¿Adónde exactamente?
Parece mentira.
Y con la sobrina de Emilio, el jefe de dependientes.
Dime, ¿qué voy a hacer contigo?
-La quiero, padre.
Quiero estar con ella.
-Te lo he dicho de mil maneras.
¡Las cosas no son tan sencillas!
Hay barreras que no se deben saltar y mundos que no se deben mezclar.
-Me da igual quién sea.
-Esto se acabó.
-¿Qué va a hacer?
¿Va a echarla?
-Mañana mismo te vas a Londres.
-Usted no es quien para decirme lo que debo o no debo hacer.
-¡Tú harás lo que yo te diga!
-No puede obligarme.
-¡Puedo porque soy tu padre!
¡Todo lo que tienes me lo debes a mí!
-¡Yo no le debo nada!
-Ni él entiende por qué no echas a esa chica y a su tío de aquí, Rafael.
Ni él.
-¡Ana!
¡Ana!
¡Ana!
[golpes en la puerta] ¡Ana!
¡Ana!
¡Ana!
¡Ana!
[sollozos] ¡Ábreme!
¡Ana!
¡Ana!
[♪ música suave] -¡Ana!
Ana, que llegamos tarde otra vez.
-¡Ya voy!
-¡Ya es ya, no mañana!
-Estaba terminando de hilvanarlo.
-No sé cómo, después de todas las horas que pasamos aquí, aún tienes ganas de hacerte tu ropa.
-Doña Blanca ya estará en el taller.
¿Queréis que nos doble el trabajo?
-¿Y ese vestido?
-¿Quién te ha dicho que es para mí?
-¿Entonces?
-Cinco pesetas por arreglo.
-¿Pero tú estás loca?
Si doña Blanca se entera, puede despedirte.
-¿Se lo vas a decir tú?
-¿Esas medidas son de cristal?
-Sí, me las compré ayer.
¿Te gusta?
-Sí, que te dé así el sueldo.
-Tampoco te creas, pero tengo una hermana estupenda que me hace los vestidos.
-Pues seguro que también le gustan unas medidas como esas.
-Ya te regalaré unas.
-Ya.
Se quejará.
Trabaja la mitad que nosotras y cobra el doble.
Esto es así.
Cuando nacimos Dios repartió la suerte y le dio la buena a mi hermana.
-¡Pero bueno, chicas!
¿Cómo nadie me había dicho antes que habían puesto un jardín de flores en las galerías?
-Porque así se aseguraban de que ningún torpón lo pisaba.
-Mira, si alguien se atreve a pisar una flor tan bonita como esta mujer, se las tendría que ver conmigo.
¡Preciosa!
-Pedro, las cartas le esperan en la entrada.
-Perdón, don Emilio.
-Todos a sus puestos.
Esta semana es importante para las Galerías Velvet.
Demostrémosles a los almacenes Oxford quiénes somos.
[♪ música alegre] -Señoritas, no escucho las máquinas de coser ni las tijeras.
El modelo de Caroline Dubac, vamos, ¿a qué están esperando?
-Recuerden, aquí no vendemos ropa, vendemos alta costura, exclusividad, calidad, clase.
Y nuestras clientas no vienen aquí solo por todo eso, sino por el trato que nosotros sabemos que merecen y que, por supuesto, les vamos a dar.
Es la hora.
Caballeros, abran las puertas.
[♪ música alegre] -¿Quién ha cosido el tocado?
-He sido yo, doña Blanca.
-¿Y usted se lo ha dado por bueno?
-Lo di por bueno porque considero que está bien.
-¿De verdad?
¿Esta le parece manera de coser un tocado de alta costura?
Usted es la responsable del modelo.
Si una de sus oficialas no cumple con su trabajo, ya sabe quién asume el error.
Empiecen otra vez desde el principio.
-Con todos mis respetos, doña Blanca, no estoy de acuerdo con usted.
-¿Perdona?
¿Qué ha dicho?
-Que está bien hecho.
Seguimos el patrón del diseñador, indica claramente cómo hacerlo.
Puede comprobarlo usted misma.
-Sigues siendo la misma niña engreída que llegó a estas galerías.
No tengo nada que mirar.
Si yo digo que se vuelve a hacer, se vuelve a hacer sin discusión.
¿Entendido?
¿Entendido?
-Sí, doña Blanca.
[al unísono] -Sí, doña Blanca.
-Y ahora a trabajar.
Quiero que todo funcione como un reloj.
Si nunca podemos permitirnos errores, mañana muchísimo menos.
Cada pequeño fallo aquí abajo se multiplicará por diez allá arriba en el desfile.
Y si eso sucede, juro que la responsable terminará en la calle con una carta de despido antes de que acabe la semana.
-Disculpe, doña Blanca.
Ha llegado un telegrama para usted.
-Gracias, Pedro.
Vamos, señoritas.
No tenemos todo el día.
[♪ música suave] [timbre de teléfono] -¿Sí?
-Don Rafael, doña Blanca necesita verle.
-Que venga más tarde.
-Dice que es muy importante.
-Está bien, que pase.
-¿Se puede?
-Pase, pase usted.
¿Estás bien, Blanca?
-Léelo tú mismo.
-¿Y esto qué quiere decir?
-No lo sé.
No sé cómo me ha encontrado.
-¿Ha llegado ya Alberto?
Ah, perdona, Blanca.
-No se preocupe, yo ya me marcho, doña Gloria.
-Sí, ocúpese de todo, luego continuaremos.
-Creí que el vuelo había llegado hacía ya una hora.
-Se habrá retrasado, he mandado un coche a recogerlo.
-Qué prisa tienes de que se incorpore a la empresa.
-Gloria, necesito a alguien que se ocupe de la gestión.
Y no va a haber nadie mejor que mi hijo.
Ha estudiado para ello y ha trabajado en una de las mejores galerías de Londres.
Por algo le hemos mandado fuera estos años, para que percuta nuestro negocio.
-Yo creía que habían sido otros los motivos.
-Cuando yo falte, mi hijo heredará el negocio.
-Él y tu hija, ¿no?
Que también tienes una hija, Rafael, recuérdalo.
-Ya hemos hablado de eso.
-No, cariño, lo has hablado tú.
Y siempre tengo la misma sensación que no piensas lo suficiente en ella.
-Patricia no está preparada.
-Pero sí ha estudiado en los mejores colegios, cariño.
Y además se ha criado aquí.
Ha llevado todos tus vestidos, conoce perfectamente las galerías.
-No ha trabajado nunca.
-Eso tiene muy fácil solución.
-Alberto ha cogido experiencia en el extranjero.
Y además es un hombre, un hombre con las ideas claras.
Patricia no sabe ni lo que quiere hacer.
-¿Se lo has preguntado?
-Es demasiado joven.
-Tiene la misma edad que tenías tú cuando empezaste con tu primer negocio, ¿no?
-¿Aquel con el que me arruiné?
-Ahí tú verás, Rafael.
Ahora solo te digo una cosa, ¿eh?
Ojalá no te equivoques, porque como te vuelva a defraudar tu hijo, esta vez no voy a estar yo allí para consolarte, ya lo sabes.
-Le ha dicho que no, se lo dije.
-Sois sus hijos los dos por igual.
Y no voy a permitir que te deje fuera de las galerías.
-No se engañe, madre.
Nunca hemos sido iguales para él.
Solo que Alberto no estaba.
Pero ahora que ha vuelto, todo volverá a ser como antes.
-¿Don Emilio?
-Dígame, Carmen.
-Doña Cayetana tiene una prueba, pero he llamado a los talleres y mi madre... Quiero decir, doña Blanca, no contesta.
-No se preocupe, Carmen, yo me encargo.
Rita, ¿doña Blanca?
-Acaba de salir justo en este momento, don Emilio, pero si le puedo ayudar yo en algo, dígame.
-Quiero dos modistas para que vayan a atender a una clienta.
-En estos momentos es un poco complicado, porque están todas ocupadas con los últimos remates de la colección.
Y además usted sabe que a doña Blanca no le gusta que nos movamos sin su permiso.
-¿Doña Blanca está aquí ahora?
-No.
-Subid y atended a la clienta.
-Sí, don Emilio.
-Yo creo que la veía tan mola que... -¿Cuánto tiempo tengo que tener una clienta esperando para hacer la última prueba?
-Había mucho trabajo en el taller, vinimos en cuanto pudimos.
-No me cuentes tu vida, no me importa.
Está estupenda.
-Gracias, querida.
A ver qué opina mi marido.
¡Francisco!
¡Francisco, ven a mirarme el vestido!
¿Qué te parece?
-Estás maravillosa, querida.
-El corte es perfecto.
-Ni que lo digas.
-Uno de los mejores modistos del momento.
Y tenemos la exclusividad de sus modelos en España.
-Ah.
-Fíjese esta noche en el desfile porque hay un par de ellos que parecen pensados para usted.
-Lo haré.
-Yo también.
Y mi chequera.
-Además, me han dicho que este año hay una sorpresa para el desfile.
El hijo de don Rafael, Alberto.
¿No viene de Londres para la presentación?
¡Ay!
-Perdón, doña Cayetana.
-No, no importa.
-Pues sí.
Llegaba esta mañana, según tengo entendido.
-Un chico estupendo, Alberto.
-Señora Salgado, buenos días.
No deberías estar aquí.
-¿Por qué no me dijo que llegaba hoy?
-No sabía que tenía que tenerte al corriente de las decisiones de la familia Márquez.
Pero sí, vuelve.
Por desgracia.
Porque cuanto más lejos estuviese, mejor sería para todos.
¿Te importa?
-No.
-Entonces no hay ningún problema.
-¿Cuándo llega?
-No lo sé, y si no te importa no deberías preguntarlo.
Vuelve al taller.
Y quédate ahí.
Hazme caso.
[♪ música alegre] -Emilio.
¿Cómo está?
-Bien, gracias.
Me alegro de que esté de vuelta.
-¿Qué tal todo por aquí?
-Bueno, la competencia de los almacenes Oxford es muy fuerte, pero resistiremos.
-¿Y mi padre?
-En su despacho.
¿Quiere que le avise?
-No, no, no se preocupe.
Me sé el camino.
No ha cambiado nada por aquí.
-Bueno, ya sabe lo que se dice, "Las cosas no cambian, cambiamos nosotros".
-Me alegro de verle, Emilio.
Hasta luego.
-Hasta luego.
[♪ música alegre] -Discúlpenme.
Buenas tardes.
-Buenas.
-Buenas tardes.
-Tendrás que pasar por encima de mi cadáver si quieres quedarte con las Galerías Velvet.
-Para ser así de obstinado se ha de poder cumplir lo que se promete, querido.
Y por lo que yo sé... -Tú no sabes absolutamente nada.
-Sé que los almacenes Oxford han ido aumentando y aumentando sus ventas en los últimos tres años.
¿Adivinas a quién estamos quitando los clientes?
-¡Fuera de mis galerías!
¡Ahora mismo!
-No pierdas las formas de esa manera, Rafael.
Imagínate qué diría la gente si supiese que has echado a tu propia hermana de malas maneras.
Yo te he ofrecido mi ayuda.
Haya tú si no quieres aceptarla.
Pero tú decides.
Vender tus galerías.
O que desaparezcan.
-¿Sabes?
Yo no podría dormir por las noches si dedicase mi vida a aprovecharme de la desgracia ajena.
-Tú tienes algo que nos hace diferentes.
Se llama moral cristiana.
-¡Alberto!
-Tía.
¿Cómo le va?
-Muy bien.
Así que era verdad que venías para ayudar a tu padre.
-¿Cómo está?
-Bien.
¿Cuándo vas a venir a visitarnos?
-¿Qué quiere, que me desherede?
-Nos veremos pronto.
-Don Rafae... -¿Y ahora qué pasa?
-No me esperaba tan buen recibimiento.
-Alberto.
Hijo.
-¿Qué tal, padre?
-¿Has entrado así en las Galerías?
-Es la moda londinense, ¿no le gusta?
Fue usted el que me obligó a estudiar allí.
Y también me animo a... -Sin duda tendría que haber elegido París.
-Sigue en forma, ¿eh, padre?
-Por suerte he pedido a sastrería que te hiciesen un traje para la fiesta de mañana.
-¿Qué tal van los preparativos del desfile?
-Bien, bien.
-¿Y los modelos?
-¿Quieres verlos?
-Claro.
-Ven.
-Y este es el último, modelo según el patrón de Pertegaz.
Va con estola de piel y guantes.
-Gracias, Blanca.
¿Podría dejarnos a solas?
¿Qué?
¿No dices nada?
Tanto interés en ver ya la colección y ya te has quedado mudo.
-Es fiel al estilo de las Galerías.
-Muy diplomático.
Pero de que triunfe o no depende de nuestras ventas del próximo año.
Y de las ventas, los beneficios.
Esta temporada la competencia está siendo especialmente dura.
-Ya lo sé, ya lo sé, padre, por eso creo que es importante hacer algo que sea distinto.
Algo que sea nuevo.
-¿Y tú crees que esto no es nuevo?
Adelante, dime, te escucho.
¿Qué has pensado?
-Pierre Cardin.
-¿El del traje de la burbuja?
-Después de lo que ha hecho ese hombre con la moda, nada va a ser lo mismo.
-Venga, por favor, Alberto.
Ese hombre no cose para nuestras clientas, Alberto.
-También dijeron lo mismo de Dior cuando creó el New Look y mira.
Si queremos que nuestro negocio avance, tenemos que avanzar nosotros con él.
Y la única forma es arriesgando y apostando.
Yo apuesto por Pierre Cardin.
-Hijo, nosotros no ofrecemos novedad, sino exclusividad.
Alta costura.
-Es alta costura.
-Bueno, veremos por cuánto tiempo.
-¿Usted para qué me ha llamado?
¿No decía que confiaba en mi visión?
-Ya, pero yo esperaba que tuvieras una visión más de acorde con el espíritu de nuestro negocio, hijo.
-Ya.
-Alberto, confío en ti, de verdad.
Mucho.
Sé que vas a volver a atraer el éxito a nuestra empresa.
Solo tienes que encontrar la forma de hacerlo con lo que tienes.
Inténtalo [♪ música suave] -¿Estás bien?
-Y me sonríe.
-Y cómo sonríe, hija.
-La verdad es que tenías razón, a su padre no se parece.
-¡Oye!
¡Que estás casada!
-Bueno ya lo sé, pero está en Santoña, además ojos tengo ¿no?
Y con todo lo que nos ha hablado de él.
-Bueno, da igual, ya no me importa.
-¡Luisa!
-¿Sí?
-Tienes una llamada.
-No sigáis sin mí.
-No te importa.
-[inaudible].
-¿Sí?
Sí, soy yo, dígame.
Tenía la revisión, y el médico dice que se ha puesto peor.
-Ya verás como todo mejora.
-No sé qué voy a hacer sin él.
-Ay, no digas eso, Luisa.
-Hace dos años estaba feliz pensando que íbamos a tener hijos y ahora mírame.
-Bueno, la vida puede cambiar a mejor.
-Para nosotras.
Y encima yo aquí que no puedo ni estar con él.
-Pero estás aquí por él.
-Yo no sé si merece la pena, me vine para pagar los médicos, pero el único tratamiento que hay para él no puedo pagarlo.
Ni pidiendo limosnas.
-Buenas tardes.
-Hola, Alberto.
-Hola, Gloria.
¿Cómo está?
-Bien.
Tu hermana y yo no hemos querido esperar a la cena para verte, ¿verdad?
Bueno, ¿estás...?
-¿Mal vestido?
Ya se ha encargado mi padre de decírmelo, no se preocupe.
Espero que no te revisen el vestuario todos los días.
-No hace falta.
-Hasta luego.
-¿Te marchas?
-Sí, he quedado con unos amigos.
-Alberto, llama a Cristina, la hija de don Gerardo.
Me encontré con ella la semana pasada y me preguntó por ti.
Le dije que llegabas hoy, que la llamarías.
-Ya la llamaré, padre, hay tiempo.
[suspiro] -¿No vais a salir?
Por mí no os quedéis, eh.
Iros a tomar algo.
Yo voy a llamar a casa y me voy a acostar.
-Pues te esperamos y te vienes.
-Qué no, hombre, qué no.
Iros vosotras.
Y a ti, Ana, que te va a venir bien airarte.
-Venga, aunque sea un rato.
-A las 22:30 estamos de vuelta.
-Gracias.
-Pensaba que no ibas a salir.
-¿Qué haces aquí, Alberto?
-Esperarte.
Hola.
-Hola, Alberto.
-¿Te puedo invitar a tomar algo?
-No, me voy con mi amiga.
-Pero si hace mucho que no nos vemos.
-Pues yo no me he movido de aquí en todo este tiempo.
-¿Me estabas esperando a mí?
-Más quisieras.
-Era una broma, mujer.
No te vayas.
-Oye, de verdad, que no importa, Ana.
Que no te preocupes.
Que ya voy yo sola al bar.
Que seguro que tienes muchas cosas de las que hablar.
-No.
-¡No te enfades!
-[inaudible] la pista.
-Perdón, está equivocado.
No hemos pedido nada.
-Sí, se lo envía aquel caballero de allí.
-Dígale, por favor... ¡Rita!
-Es un San Francisco, me encanta el San Francisco.
-¿Podemos hablar un momento?
-No.
Y el hecho de que nos invites a una copa no quiere decir que te la puedas tomar con nosotras.
-¡Camarero!
-Lo siento, pero el bar está cerrado.
Tienen que marcharse.
-Pues vaya.
-Ustedes no, señoritas.
-¿Y eso?
-Venga, vamos.
-Se lo ha dicho Alberto.
-Vamos.
-Puedo ser muy pesado y pedirte que te tomes algo conmigo todos los días hasta que me digas que sí.
Así que tú veras.
-Que no.
-Hija, si tiene tanto interés... -Rita.
-¿Qué quieres?
¿Que cierre todos los bares de Madrid?
-No.
Déjame.
-Di que sí, guapa.
Deja a este mindundi y vente conmigo.
-Caballero, está molestando a la señorita.
-Eso tendrá que decírmelo ella.
-Tendría que aprender un poquito más de educación.
-¿Me vas a venir tú a mí a hablar de educación?
-¿Vas a tomar algo conmigo así o no?
-¿Eh?
-Alberto, déjalo.
¡Alberto, déjalo!
¡Alberto!
Alberto.
¿Duele?
-No.
[quejido] Sí, un poco, un poco, sí.
Pues al final he conseguido que hables conmigo.
No te imaginaba por aquí, la verdad.
Te imaginaba en París.
Trabajando para el modisto este que te gusta a ti.
-Claro, pero de momento tengo que conformarme con ver las colecciones en las revistas.
A lo mejor con un poco de suerte un día Doña Blanca se jubila, soy yo la que viaja con tu padre a París a elegir los modelitos.
Bienvenido al mundo real.
¿Tú qué esperabas, Alberto?
¿Que te recibiera con una sonrisa?
-Que te alegrases de verme.
-Siete años esperando por ti, por una carta, por una llamada, por algo.
-Te escribí una carta todos los meses durante el primer año.
Ana, te escribí todos los meses, te lo juro.
Que mi padre o tu tío no te quisiera dar las cartas es otra cosa, pero te juro que te escribí.
Ana, Ana.
A mí me mandaron a Londres para que me olvidase de ti y yo no me he olvidado de ti.
¿Y tú?
¿Te has olvidado de mí?
-¿No es un poco tarde para estar aquí?
-Discúlpela, ha sido cosa mía, he tenido un accidente.
-Ya.
-Buenas noches.
-¿Qué voy a hacer contigo?
-¿Me escribió?
-¿Quién?
-Alberto.
-Ni una sola vez.
-¿Y por qué él dice que sí?
-¿Tú qué crees?
Escúchame, él es el señorito, el dueño, y tú eres su empleada.
El señorito ha viajado, ha estudiado, ha conocido unas cuantas señoras, unas cuantas, y seguro que a todas las ha dejado con una cara muy parecida a la que tú tienes en este momento.
Te dije que te apartarás de él.
-Fue él el que vino a buscarme.
-Él no estuvo aquí esos años, oyéndote llorar por las noches.
Fui yo.
-Lo sé.
-¿Y quieres volver a sentir lo mismo?
Pues es cosa tuya.
Antes era mi responsabilidad.
Ahora, si cometes un error, tú cargas con las consecuencias.
Don Rafael puede perdonar una vez, pero no perdona dos.
Y yo tampoco.
-Hola.
Buenas noches.
-Al menos te has dignado a aparecer.
-No sabía que teníamos visita, padre.
Qué sorpresa, Cristina.
Me dijiste que me ibas a avisar cuando llegases a Madrid y al final me he tenido que enterar por tu padre.
-Si llegué esta tarde, no me ha dado tiempo.
-Lo sé.
Que no, que es broma.
Es que tuve que ir a las Galerías a recoger mi traje para mañana y tu padre insistió en que viniese a saludar.
-Te quedarás a cenar, ¿verdad, Cristina?
-Muchas gracias a los dos, pero creo que hoy es una noche para cenar en familia.
Además, nos veremos mañana en la presentación.
-Alberto, hijo, ¿por qué no acompañas a Cristina a la puerta?
-Sí.
Claro.
-Estudiar fuera te ha sentado muy bien.
-A ti Madrid te ha sentado muy bien también.
-Pues mira, has tenido suerte.
Esta semana la tengo bastante libre para cenar.
Y después, hasta puede que te deje llevarme a tomar una copa.
Nos vemos mañana en el desfile.
-¡Hasta mañana!
[golpes en la puerta] -Luisa, ¿has visto a Rita?
¿Qué haces?
-Ya lo sé, pero es que no encuentro otra manera de conseguir el dinero.
Entiéndeme, tú también lo haces.
-¿Y estas telas?
-Del taller.
-¿Pero tú estás loca?
Yo hago arreglos, no confecciono ni cojo patrones del taller y muchísimo menos telas, que doña Blanca sabe perfectamente los metros que tiene.
-Son telas de la temporada pasada, no tienen por qué enterarse, no las vamos a usar.
[golpes en la puerta] -¿Luisa?
Abre inmediatamente.
-Abre, abre.
Ya no es hora de estar en el cuarto de ninguna compañera.
Vamos.
¿Y Rita?
-Creo que está en el baño, doña Blanca.
-¿Cree que nací ayer?
Vamos a su cuarto.
-¡Luces apagadas!
¿Crees que no me he dado cuenta de que te has recortado la falda?
El uniforme es igual para todas.
Ese es el único sentido que tiene.
-Se habrá encogido al lavarla, madre.
-Ese tejido no encoge.
Deberías saberlo.
Y saber también que el hecho de que don Emilio no se haya dado cuenta no quiere decir que puedas engañarme a mí también.
¿Cuándo entenderás lo importante que es no llamar la atención en el trabajo?
-¿Y cuándo entenderá que a diferencia de usted, para mí hay cosas más importantes que estas Galerías?
-Deberías ser más agradecida por tener un techo bajo el que vivir y un trabajo digno.
Y no ser como una de esas que espera que venga un hombre a sacarlas de aquí.
-Sabe que yo no soy una de esas.
-Eso espero.
No te eduque para eso.
-Buenas noches, madre.
-Que descanses.
¡Luces apagadas!
[ladridos] [golpes en la ventana] -¡Ana!
[golpes en la ventana] ¡Ana!
[golpes en la ventana] ¡Ana!
-¿Dónde estabas?
Que doña Blanca sabe que no has llegado.
-¿Pero qué hora es?
-Las doce.
-¿Ya?
Algún día seré tan rica que no tendré ni relojes en casa.
¿Qué tal con Alberto?
-Ojalá no hubiera vuelto, Rita.
-¿Te queda chocolate?
-Venga, señoritas, no tenemos todo el día.
Quedan 12 horas para el desfile.
¿Rita?
-Sí, doña Blanca.
-Dichosos los ojos.
-Doña Blanca, yo sé que ayer pasó por mi cuarto y no estaba, pero le prometo que volví a tiempo, solo que estaba en el baño.
-¿Y por qué no la vi cuando fui a mirar allí?
-Porque estaba en el de arriba.
Los de las Galerías estaban cerrados y usted no sabe lo mal que me he encontrado.
-Hágase un favor a sí misma y cállese.
Estoy harta de sus excusas.
Si quiere vivir aquí cumpla las normas, porque la próxima vez que haga la ronda y no esté en su cuarto, soy yo quien le pone las maletas en la calle.
¿Entendido?
-Sí, doña Blanca.
-A partir de hoy la quiero todos los días una hora antes en el taller.
-¿Todos los días?
¿Y hasta cuándo?
-Hasta que yo lo diga.
[silbidos] -Ana, ha llegado un paquete y te lo he dejado en tu cuarto.
-¿Un paquete para mí?
-Sí, yo no sé más, que simplemente soy un recadero.
-Gracias.
-De nada.
[♪ música suave] -Es el que siempre te ha gustado, ¿no?
-¿Qué haces aquí, Alberto?
-Traerte un regalo.
-Este vestido no es para mí.
Vete antes de que te vea mi tío.
-Ana, escúchame, por favor.
-¿Qué quieres que te escuche?
¿Más mentiras?
-¿Pero qué mentiras?
¿Cuándo te he mentido yo a ti?
-No sé, dímelo tú.
-Nunca.
¡Nunca!
-¿A qué has venido, Alberto?
¿Te crees que por venir aquí con un vestido y decirme que el mundo va a cambiar te voy a creer?
-¡Yo me hubiera ido contigo!
-¡No!
¡Ya no te creo!
-¡Yo me hubiera ido contigo!
¿Qué pasa?
¿Que no te acuerdas?
¿Has buscado las cartas?
-¿Cartas?
¿Qué cartas?
¡No hay cartas!
-¡Joder con el cartero, por favor, Ana!
-Ya no está el mismo cartero.
-De las de hace tiempo no, pero te escribí hace un mes para decirte que venía, Ana.
Es que no entiendo, ¿por qué piensas que te estoy mintiendo?
-¡Porque nunca me demostraste lo contrario!
-Las cartas las firmaba a nombre de Phillipe Ray.
Te he traído ese vestido porque quiero que vengas conmigo al desfile y porque me da igual lo que piense la gente.
Si vienes al desfile empezamos de cero.
Si no te juro que no te voy a volver a molestar.
Pero busca las cartas, por favor.
-Señoritas, no se detengan.
No queremos que les coja el frío.
Recuerden, paso lento, mirada al frente.
Y no se olviden de mostrar bien su número para que las clientas puedan hacer sus encargos.
-Dense prisa.
Pedro, la alfombra al centro, las sillas a ambos lados, diez centímetros de separación, ni uno más ni uno menos.
Cuidado.
¡Con cuidado!
[♪ música suave] -¡Rafael!
-¡Don Rafael, Don Rafael!
Por favor, para el Diario Ya.
¿Cómo se encuentra?
-Feliz.
Feliz e ilusionado.
Muchas gracias.
-Ha regresado su hijo después de mucho tiempo fuera.
¿Son ciertos los rumores de que va a dejar el negocio en sus manos?
-Si creen que alguien va a retirar a mi padre es que no le conocen.
-Una última pregunta, por favor.
¿Qué espera con este desfile?
-¡Don Rafael!
-Hacer felices a nuestras clientas, lo que hemos conseguido siempre.
Y ahora, si nos disculpan... [♪ música suave] ¡Alberto!
-Un segundo.
-Luego nos vemos.
-¿Estás preparado?
Esta noche quiero que seas tú el que haga la presentación del desfile.
[suspiro] -Podemos hablar un momento, padre, por favor.
-¿Qué sucede?
-Aquí no.
-¿Tan importante es esa conversación que no puede esperar a mañana?
-No puede esperar.
-Muy bien, hijo, pues, tú dirás.
-Lo siento, padre, pero no voy a hacer la presentación de esta noche.
-¿Por qué?
-Porque no me voy a hacer cargo de la empresa.
-Alberto, hijo, has terminado tus estudios y ahora es el momento de que colabores con la familia.
-Y de que me case.
Se le ha olvidado decir eso también.
-Cuando yo tenía tu edad, ya tenía un hijo de cinco años.
-Pero es que esta no es su vida, padre.
Es mi vida.
-Alberto, hijo, nunca te he obligado a nada.
Solo he intentado guiarte... -Pues si no me obliga a nada, entonces aceptará que no me quiera hacer cargo de la empresa.
Esto va a seguir siempre igual, padre.
Y tenemos formas muy distintas de ver la vida y la empresa.
-¿Y tú cómo la ves?
-¿La vida o la empresa?
Yo creo que a esta empresa le vendría bien ampliar el espectro de ventas y atraer a la gente joven, y con una presentación como la de hoy no lo va a hacer.
-La gente joven no compra alta costura.
-Porque no hay alta costura para ella, a la gente joven no le gustan sus vestidos.
-A ti no te gusta.
-Ni a mí ni a nadie que viva en el mundo de hoy.
-Muy bien.
Pues si tan claro lo tienes, coge tu dinero e inviértelo.
Arriésgate a perderlo todo.
Esa es la forma de gestionar una empresa.
Ya me canso, Alberto.
Ya me canso de tener que recordarte que vivimos de esas clientas.
Precisamente hoy que hacemos la presentación de la nueva colección.
-¿Nueva?
Pero si llevamos diez años haciendo lo mismo.
Nuestras clientas... -¡Mis clientas!
¡Son mis clientas!
-¡Sus clientas se mueren!
-¡Llevo 30 años!
¡60 temporadas de alta costura!
¡Vas a venir tú a decirme lo que les gusta a mis clientas!
-Usted no me quiere en esta empresa, padre.
Y yo tampoco me quiero quedar aquí.
Yo no he estudiado diez años para recibir órdenes.
Así no puedo.
Me voy.
-¿Adónde?
-A cualquier sitio donde pueda decidir sobre mi vida.
-Tiene razón tu madre contigo.
-Ella no es mi madre.
[puerta se cierra] [♪ música alegre] -¡Venga, deprisa!
-¿Y doña Blanca?
Pero, ¿y a ti cómo se te ocurre esto?
¡Nos van a poner de patitas en la calle!
¡Lo estoy viendo!
-No tiene por qué enterarse, yo no se lo voy a decir.
-Yo tampoco.
-Ni yo.
-Imbéciles.
¿Y tú de dónde has sacado el champán?
-Pues de dónde va a ser.
Los de arriba tienen preparadas cientos de botellas para la fiesta después del desfile y no creo yo que van a echar de menos un par de ellas.
-Es cierto.
Quizá anoche no faltan las botellas, pero yo pienso decírselo a doña Blanca.
-Estábamos celebrando que hemos terminado a tiempo el trabajo.
-Pues brindad, brindad, ahora que aún podéis.
Os echaré de menos cuando os despiden mañana.
-Carmen, no se lo digas a doña Blanca.
-¿Y por qué no iba a hacerlo?
-O bueno, díselo.
Seguramente pensará que tú no estabas en la fiesta y que el champán cayó por casualidad en tu uniforme.
-Mala pécora.
Te voy a hundir la vida.
-Inténtalo.
¡Por vosotras!
-Oye, pero bueno, ¿qué pasa?
El champán abierto y aquí nadie me dice nada.
¿Esto qué es, por favor?
Oye, ¿nos vamos a tomar unos vermut y echamos unos bailes?
-No me digas dónde.
-¿Dónde?
-Donde Luis.
-Bueno, ¿qué malo tiene lo de Luis?
¿Eh?
-Nada, nada, Pedro.
Es un sitio muy sofisticado.
-Como si fuese por mí.
Yo te llevaba y... Y te llevaba a otro sitio, pero más lujoso, ¿no?
Pero tenemos que ahorrar para nuestro futuro, para nuestros hijos, y así vemos a tú hermana bailar, ¿no?
-Para eso tendría que invitarme un chico guapo, que yo no bailo con cualquiera.
-Venga, vamos a donde Luis.
-Vamos a donde Luis.
-Nos vemos a donde Luis, ¿eh?
-Chao.
-Pedro.
-¿Dime?
-¿Sabes si ha llegado alguna carta para mí este mes?
-¿El qué?
Perdona.
-Que si ha llegado alguna carta para mí este mes.
-No sé, es que llegan un montón de cartas, Ana.
Lo siento.
-Mira, esta... El remite era de Phillipe Ray, una revista de moda de Londres.
-¿Phillipe?
Ah, sí, sí.
Llegó, pero se lo di a tu tío.
¿No te lo ha dado?
-No.
[♪ música suave] -Acabo de llegar a Londres y lo único que pienso es que no estás aquí.
Te echo de menos.
Han pasado ya tres meses sin una carta tuya.
Dime que no me has olvidado.
Aquí todo es gris.
Las casas... Yo no dejo de pensar en ti.
Da igual cuánto me separen de ti.
Eso no va a hacer que dejemos... Por favor, Ana, escríbeme.
Necesito saber que estás bien.
En fin, vuelvo a Madrid.
Quería que fueses la primera persona a enterarte, Ana.
[♪ música suave] -¿Creí que no habías echado de menos las Galerías?
-Un poco.
-Ah, un poco.
-¿Y tú me has echado de menos a mí?
-Un poco.
¿Cómo es Londres, Alberto?
-Precioso.
A ti te encantaría.
-¿Cómo viste la gente allí?
-¿Eso es lo único que te importa?
-Bueno, la ropa dice mucho de la gente que la lleva.
-Vente conmigo a Londres, Ana.
-Estás loco.
-Lo que estoy es cansado de hacer lo que se supone que tengo que hacer, y no lo que quiero hacer.
Ya no tenemos quince años, Ana.
¿Quieres venir o no?
¿Te ha seguido a alguien?
-No.
-¿Estás segura?
-Sí.
Arranca.
[♪ música suave] [golpes en la puerta] [golpes en la puerta] -¿Don Rafael?
¿Don Rafael?
[golpes en la puerta] ¿Don Rafael?
Disculpe que le moleste a esta hora, Don Rafa... [gritos] [♪ música suave] -Ay, Dios mío.
-Interrumpimos la programación para informarles de un terrible acontecimiento del que acabamos de tener noticia.
Don Rafael Márquez, dueño de las Galerías Velvet, ha sido hallado muerto esta misma noche.
[resuello] [neumáticos chirrían] [estruendo] -¡Ayuda!
¡Ayuda, por favor!
-Tiene un golpe bastante fuerte en la cabeza y es imposible determinar el alcance de la lesión hasta que no recupere la conciencia.
-Tu padre se cayó desde la ventana del despacho.
-Eso es imposible.
En esa ventana hay una barandilla y nadie se cae a no ser que le tiréis.
-Tu padre se ha suicidado.
-Ojalá pudiera volver atrás y cambiar todo lo que le dije.
-Me encantaría estar ahí contigo, Alberto.
-Lo sé, lo sé.
Pero tú tienes que descansar.
-¡Ana!
¡Ana!
-Estos días han sido muy difíciles, Ana.
Yo no quiero huir más de nadie.
Ya estoy cansado de tener que esconderme.
-¿Qué haces, Alberto?
-¿Hasta cuándo piensas seguir avergonzándonos?
-¡Esto es amor!
No sabes de lo que te estoy hablando.
-Ah, ¿y tú sí?
-Sí.
-Sabe que desapruebo tanto como usted esta decisión.
-Y por eso espero que me ayude a solucionarlo.
-Don Alberto, ¿qué puede decirnos sobre la situación económica de las Galerías?
-No tengo nada que decir.
-Se rumorea que su padre no sufrió un accidente.
-¿Cómo se pueden haber enterado?
Si no nos conceden este préstamo, estamos hundidos, Mateo.
-Diez millones suponen un compromiso para mí.
Y quiero que tú también te comprometas.
Mi hija y tú tenéis la misma edad, la misma educación.
Ella está muy ilusionada contigo.
Si quieres ese dinero, ya sabes lo que tienes que hacer.